Largo Caballero

16 de septiembre de 1936: Largo Caballero asume la presidencia del Gobierno

La Guerra Civil había alterado por completo la vida política de la Segunda República. El golpe militar del 18 de julio de 1936 provocó la caída inmediata del Gobierno de Santiago Casares Quiroga, que dimitió incapaz de frenar la sublevación. Le sucedió José Giral, quien decidió armar a las milicias populares, pero pronto quedó claro que el Ejecutivo carecía de autoridad real sobre la retaguardia. El poder se había desplazado a los comités, a los sindicatos y a los partidos obreros que dominaban las calles de Madrid, Barcelona y Valencia.

En ese contexto, el presidente de la República, Manuel Azaña, buscó un dirigente capaz de representar a esas masas que ya controlaban gran parte del esfuerzo bélico. La elección recayó en Francisco Largo Caballero, histórico dirigente de la UGT y del PSOE, que había endurecido su discurso tras la represión de la Revolución de Octubre de 1934 y se había convertido en símbolo del obrerismo radical.

Un gobierno nacido de la presión de la calle

El 4 de septiembre Azaña le encargó la formación de un nuevo gabinete, pero las tensiones internas retrasaron su constitución. Socialistas y comunistas pugnaban por el liderazgo, mientras que los anarquistas de la CNT, profundamente recelosos de cualquier colaboración gubernamental, se resistían a integrarse en el Ejecutivo. Finalmente, tras duras negociaciones, el 16 de septiembre de 1936 quedó constituido oficialmente el gobierno presidido por Largo Caballero, que asumió además la cartera de Guerra.

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La prensa de la época lo bautizó como el “Gobierno de la Victoria”, pero en realidad se trataba de un Ejecutivo frágil, obligado a convivir con poderes revolucionarios que operaban de manera autónoma y con la sombra constante de la influencia soviética, cada vez más decisiva. Por primera vez en la historia de España, un obrero de origen humilde alcanzaba la jefatura del Gobierno, pero lo hacía en un momento en que el Estado republicano se encontraba debilitado y dependiente de fuerzas que actuaban al margen de sus instituciones.

El nombramiento de Largo Caballero fue, en suma, una concesión a la presión de la calle y una apuesta desesperada por cohesionar a las distintas corrientes antifascistas. Sin embargo, la falta de unidad real y las luchas internas dentro del bloque republicano acabarían marcando su gobierno, que apenas resistiría hasta mayo de 1937.

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