La Batalla del Ebro terminó el 15 de noviembre de 1938, tras casi cuatro meses de combates que cambiaron definitivamente el rumbo de la Guerra Civil Española. Con su desenlace, la República perdió la última ocasión de frenar al Ejército Nacional y detener el avance sobre Cataluña.
Una ofensiva que empezó como esperanza y terminó en desgaste total
El cruce del río en la madrugada del 25 de julio de 1938 fue ejecutado por algunas de las unidades más combativas del Ejército Popular de la República. Entre ellas sobresalieron la 35.ª División, la 45.ª División (Internacional), la 11.ª División de Líster, la 3.ª División, y en el sector norte la 42.ª División. Integrando estas formaciones actuaron brigadas mixtas con amplia experiencia de combate, como la 12.ª Brigada Internacional, la 15.ª Brigada Internacional y la 59.ª Brigada Mixta, entre otras.
Las primeras jornadas supusieron un éxito táctico republicano, con ruptura del frente en varias zonas y un avance rápido hacia Gandesa. Sin embargo, la batalla evolucionó hacia un desgaste brutal. La aviación del bando sublevado, reforzada con la Legión Cóndor alemana y la Aviazione Legionaria italiana, impuso una superioridad total en los cielos, mientras la artillería franquista machacaba sin descanso las posiciones republicanas.

15 de noviembre de 1938: retirada y colapso del frente
A medida que pasaban las semanas, el eje estratégico de la batalla se centró en la defensa de las sierras de Pàndols, Cavalls y la Fatarella. Allí resistieron las divisiones republicanas con mayor protagonismo en la fase final: la 11.ª División, la 15.ª División y la 35.ª División, cuyos soldados, agotados, defendieron centímetro a centímetro las cotas bajo un bombardeo continuo.
El mando de la retirada recayó principalmente en el XV Cuerpo de Ejército, dirigido por el teniente coronel Manuel Tagüeña, quien trató de salvar al mayor número posible de efectivos. En la tarde del 15 de noviembre, se dio la orden de repliegue definitivo hacia la margen izquierda del río. Durante la madrugada siguiente, las últimas unidades cruzaron el Ebro y volaron los puentes improvisados para impedir el paso de las tropas perseguidoras.
Mientras tanto, el Ejército Nacional concentró en la ofensiva final a algunas de sus fuerzas más poderosas: unidades al mando de García Valiño, la División 13, la División 50, abundante artillería pesada y el empleo sistemático de la aviación alemana e italiana, que resultaron determinantes para quebrar la resistencia republicana.
Un golpe irreversible para la República
La pérdida de decenas de miles de hombres y la destrucción progresiva de las unidades más veteranas del Ejército Popular hicieron imposible la recuperación. Cataluña quedó prácticamente indefensa y el avance del Ejército Nacional fue inmediato: Tarragona cayó en enero de 1939, Barcelona a finales del mismo mes y la frontera francesa a comienzos de febrero. Tras la ruptura del frente del Ebro, la victoria republicana dejó de ser una posibilidad real.
Hoy, los paisajes de la Terra Alta, y las sierras de Pàndols y Cavalls conservan trincheras, refugios y restos de posiciones fortificadas que recuerdan aquella lucha desesperada. El final de la Batalla del Ebro no fue solo el cierre de una operación militar: fue el momento en que la guerra quedó sentenciada.

