El 18 de julio de 1936, Sevilla se convirtió en el escenario de uno de los episodios más decisivos del inicio de la Guerra Civil Española. La toma de la ciudad por el general Gonzalo Queipo de Llano, con una audacia militar casi temeraria, no fue solo una victoria local, sino la clave que permitió a los sublevados controlar el sur de la península y, lo más importante, abrir la puerta para el avance de las tropas de élite del Ejército de África. Sin Sevilla, la marcha sobre Madrid habría sido muy diferente.
La audacia de un general
En el contexto de la Segunda República, Sevilla era un polvorín social. La victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 había profundizado la polarización entre las élites conservadoras y las clases trabajadoras. Cuando el golpe de Estado se puso en marcha, el general Queipo de Llano llegó a la ciudad con fuerzas notablemente inferiores a las de la guarnición leal a la República.
Consciente de su desventaja numérica, Queipo de Llano aplicó una estrategia basada en la desinformación y el terror psicológico. El 18 de julio, desde los estudios de Radio Sevilla, comenzó a emitir sus ya famosos discursos. Con una voz amenazante, proclamaba falsas victorias, anunciaba fusilamientos masivos y exageraba su fuerza militar. Esta táctica sembró el pánico y desorganizó la resistencia de las milicias obreras, que, a pesar de su valentía, carecían de la disciplina y el armamento de un ejército regular.
La caída de la ciudad
A pesar de los discursos de Queipo de Llano, la resistencia fue feroz, aunque breve, en los barrios obreros de la ciudad. Triana, Macarena y San Julián se alzaron en armas. Sin embargo, los leales a la República estaban desorganizados y mal equipados. Por el contrario, los sublevados contaban con el apoyo de parte de la Guardia Civil y la caballería, además de poder concentrar rápidamente sus fuerzas en puntos clave. La falta de coordinación entre las fuerzas republicanas y la astucia del general sublevado sellaron el destino de la capital andaluza.

Con Sevilla bajo su control, el aeródromo de Tablada se convirtió en la base del puente aéreo que, con la ayuda de la aviación fascista italiana y la Alemania nazi, trasladó a miles de legionarios y regulares marroquíes desde el norte de África. Estas tropas, curtidas en combate, fueron la punta de lanza del avance franquista hacia el norte, consolidando la victoria en la zona y convirtiendo a Sevilla en el principal centro de operaciones y retaguardia de los sublevados.
La victoria en Sevilla no fue gratuita. La represión posterior fue brutal, con miles de ejecuciones en los días y semanas siguientes al golpe. La ciudad, que había sido uno de los principales centros de la efervescencia republicana, se convirtió en un bastión del franquismo durante el resto de la guerra y la dictadura. La toma de Sevilla fue un momento crucial que, con el control del sur y la llegada del Ejército de África, cambió para siempre el rumbo de la Guerra Civil.