La noche del 22 al 23 de agosto de 1936, Melquiades Álvarez fue asesinado en la Cárcel Modelo de Madrid. Los milicianos del Frente Popular organizaron un simulacro de juicio sumarísimo para justificar lo que en realidad fue una ejecución planificada.
Primero le atravesaron la garganta con una bayoneta y después lo remataron con ráfagas de ametralladora. Álvarez, figura central del liberalismo español de principios del siglo XX, se convirtió así en una de las víctimas más relevantes de la represión en los primeros meses de la Guerra Civil.
La trayectoria de Melquiades Álvarez
Asturiano de nacimiento, Melquiades Álvarez había sido decano de los Colegios de Abogados de Madrid y Oviedo, presidente del Congreso de los Diputados y varias veces parlamentario en la Segunda República.
Fundador del Partido Reformista y después líder del Partido Republicano Liberal Demócrata, representaba la tradición liberal y democrática frente a los extremismos que sacudían España en los años 30.
En julio de 1936 defendió a José Antonio Primo de Rivera en el Tribunal Supremo por un proceso de tenencia ilícita de armas. Cuando le preguntaron si compartía sus ideas, respondió con firmeza:
“Tengo ideas contrarias a las de mi representado; pero esto no impide que pueda defenderle”.
Esa defensa, unida a su prestigio, fue utilizada por sus enemigos como pretexto para acabar con su vida.
Detención y prisión en Madrid
Tras el fracaso del alzamiento militar en la capital el 18 de julio de 1936, Álvarez decidió permanecer en Madrid, a pesar de las advertencias del presidente del Tribunal Supremo sobre el peligro que corría.
El 4 de agosto fue detenido en su domicilio por orden del director general de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez. Ese mismo día ingresó en la Cárcel Modelo de Madrid, situada en el barrio de Moncloa. Allí aguardó, ajeno a la tragedia que se preparaba.

El asalto a la Cárcel Modelo
El 22 de agosto, un grupo de milicianos encabezados por Felipe Sandoval y Santiago Aliques irrumpió en la prisión, arrogándose el título de “Comité de la Cárcel”.
Con la colaboración del socialista Enrique Puente, que obligó a los funcionarios a abandonar el penal, los milicianos seleccionaron a 32 presos políticos. Los llevaron a los sótanos, donde fueron sometidos a un grotesco juicio-farsa antes de ser ejecutados.
Melquiades Álvarez protestó con firmeza ante la injusticia. Esa valentía le costó la vida: un miliciano le clavó una bayoneta en la garganta antes de que las ametralladoras remataran el crimen.
Las otras víctimas de la masacre
Junto a Álvarez murieron 31 personas más. Entre ellas:
- Julio Ruiz de Alda, héroe del Plus Ultra y cofundador de Falange.
- Manuel Rico Avelló, político y diplomático.
- Ramón Álvarez Valdés, dirigente asturiano.
- José Albiñana, médico y político.
- Fernando Primo de Rivera, hermano de José Antonio.
Aquel episodio quedó grabado como uno de los crímenes más atroces de la Segunda República en los primeros meses de guerra.
Memoria de un liberal
La muerte de Melquiades Álvarez simboliza la destrucción del liberalismo moderado a manos del sectarismo ideológico. Su asesinato no puede quedar oculto en los pliegues de una memoria histórica parcial.
Recordarlo hoy es un acto de justicia y de dignidad. Porque la memoria, si quiere ser verdadera, no puede ser selectiva.
Sirvan estas líneas como homenaje a un hombre justo, que defendió la libertad y la ley hasta el final de sus días.
