El verano de 1937 estuvo marcado por la guerra en el norte de España. Tras la caída de Bilbao en junio y el avance imparable de las tropas sublevadas por Cantabria y Asturias, la Segunda República buscaba una maniobra de distracción que obligase a Franco a desviar fuerzas. La respuesta del Estado Mayor republicano fue abrir una gran ofensiva en el frente de Aragón cuyo objetivo principal era la conquista de Zaragoza. Así nació la conocida ofensiva de Zaragoza, que desembocaría en uno de los combates más recordados de la guerra: la Batalla de Belchite.
La operación comenzó el 24 de agosto de 1937 con un ataque simultáneo en varios puntos del frente aragonés, desde Zuera hasta Tardienta. El plan consistía en un avance rápido hacia la capital aragonesa, tomando primero las localidades intermedias que servían de bastiones al bando sublevado. Sin embargo, la ofensiva republicana adolecía de varios problemas: escasa preparación artillera, falta de coordinación entre cuerpos de ejército y una logística deficiente que lastró el ímpetu inicial.
En las primeras jornadas cayeron Quinto y Codo, defendidas con tenacidad por requetés navarros y guarniciones locales. La resistencia retrasó el avance republicano y dio tiempo a los sublevados para reforzar sus líneas. El siguiente objetivo fue Belchite, un pueblo de unos 3.500 habitantes situado a escasos 40 kilómetros de Zaragoza, que pronto se convirtió en el epicentro de la batalla.
Belchite, un objetivo clave
La defensa de Belchite fue organizada por un reducido contingente de falangistas, guardias civiles y soldados regulares, al mando del comandante Alfonso Trallero. Apenas sumaban unos 7.000 hombres, muy inferiores en número a los cerca de 80.000 efectivos republicanos movilizados en la ofensiva, entre ellos las Brigadas Internacionales. Aun así, la posición de Belchite, con su casco urbano compacto y sus calles estrechas, ofrecía un terreno favorable para la resistencia.
Durante catorce días, entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre, el pueblo fue escenario de un combate feroz. Los republicanos cercaron la localidad y fueron tomando casa por casa, mientras los defensores se atrincheraban en iglesias, sótanos y edificios sólidos. El asalto se convirtió en una guerra urbana encarnizada, con un alto coste humano en ambos bandos. La aviación republicana bombardeó el núcleo urbano y la artillería redujo a escombros buena parte del pueblo, que quedó prácticamente destruido.
Finalmente, el 6 de septiembre, las tropas republicanas lograron ocupar Belchite. Sin embargo, el triunfo tuvo un sabor amargo. El retraso y el desgaste fueron tales que el objetivo estratégico de la ofensiva, que era conquistar Zaragoza, resultó inalcanzable. El esfuerzo se agotó en Belchite, y la oportunidad se desvaneció. Apenas dos semanas más tarde, los sublevados retomaron la iniciativa en el frente norte, donde continuaron su avance hasta la caída de Gijón en octubre.

La caída de Belchite y el fracaso estratégico
La Batalla de Belchite dejó una profunda huella en la memoria de la Guerra Civil. El pueblo quedó en ruinas y, tras la contienda, Franco ordenó construir un nuevo Belchite junto al viejo, dejando el casco destruido como testimonio y símbolo propagandístico de la “barbarie roja”. Todavía hoy las ruinas de Belchite viejo permanecen como un lugar de memoria y recuerdo de aquel enfrentamiento.
Más allá del simbolismo, la batalla mostró las limitaciones del Ejército Popular de la República: la falta de coordinación operativa, la debilidad logística y la dificultad de transformar la superioridad numérica en éxitos estratégicos. Aun con la participación de brigadistas internacionales y un despliegue masivo de tropas, la ofensiva apenas logró conquistar un pueblo en ruinas, sin alterar el rumbo de la guerra.
Belchite se convirtió, en definitiva, en un microcosmos de la Guerra Civil: un escenario de resistencia desesperada, destrucción total y un sacrificio humano enorme, que apenas modificó el curso de la contienda. Sus ruinas, silenciosas y desgarradoras, siguen recordando aquel verano de 1937 en que miles de combatientes, españoles y extranjeros, lucharon encarnizadamente por cada calle y cada casa.